El jabalí del maestro San
El jabalí del maestro San
Con una avidez y curiosidad similar a la que puede sufrir un adolescente por el cuerpo de una mujer bella, mi amigo San recorre nuestra ciudad.
Sus acuarelas, crónicas, e historias reflejan y preservan para la posteridad el momento actual de nuestra ciudad.
Juntos aprendimos a pintar. Yo me interesé por plato de frutas, él por una plaza, desde ahí comenzaron a divergir nuestros caminos artísticos. Aún somos vecinos y charlamos frecuentemente.
El mercado, el cementerio, el basurero, la zona de los burdeles, el cuartel, el parque imperial y la plaza central, han sido objeto de sus esfuerzos. Yo he durado años en una sola ave. Una pata de saltamontes me ha agotado mucho tiempo.
Discutimos con frecuencia, no comparto su curiosidad por la gente, sus rutinas y el lugar donde las realizan.
Él prefiere registrar la superficial actividad social. Ambos sabemos que somos incapaces de percibir la realidad.
Ninguno de los dos perdemos tiempo en porqués.
No tengo su amabilidad, comparado con él, soy huraño. Jamás pintaré un templo, nunca me verán hablando con un carnicero.
Hemos llegado a viejos siendo amigos, por que nos toleramos las diferencias.
Siento un gran respeto por su empatía, y por su amor a nuestra ciudad. Que yo personalmente soporto solo tomando vacaciones fuera de ella cada vez que puedo.
El emperador le acaba de mandar un regalo, me invitó a su casa a disfrutarlo. Fue un delicioso jabalí. Podría haber trabajado varios años interpretando sus colmillos y pelambre.
Él indagó su origen, el método de su muerte, el medio de transporte del cadáver hasta su casa y el nombre del arquero que lo cazó, hablando con los emisarios del emperador.
Quizá motivado por la gran cantidad de vino que ingerimos, me dice que le gustaría saber el nombre del jabalí.
Yo le respondo que como animal salvaje, muy probablemente no haya sido jamás llamado por ningún humano, lo que no es el caso de los animales domesticados.
Ambos jugamos, delante de los demás comensales, a simular que ignoramos que ambos hablamos del nombre en el que debería ese jabalí haber sido catalogado en el inventario imperial.
Llamémoslo jabal 456723 le digo, y el propone un brindis de despedida para su amigo 456723. Todos en la mesa reímos.
Luego él se interesa por la forma de la rodilla de una común amiga, y yo por un colmillo del jabalí, que está en un plato a dos lugares de mí.
Cada uno hace su mejor esfuerzo durante una parte de la noche para obtener el objeto de su curiosidad.
Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 15/Ene/2017
Publicado el enero 16, 2017 en Uncategorized. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.
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