Archivos Mensuales: noviembre 2016

Las nuevas escrituras

Capitulo dos: Acerca de los deberes hacia los gatos.
Y viendo dios que el humano le salió pedante, decidió que las gatas fueran masoquistas, los gatos sádicos, y que a todos los gatitos bebés provoque acariciarlos.

Para mejorar el equilibrio del universo, a los gatos les dio derecho a dormir todo el tiempo que les diera la gana, de comer solo lo que les gustara mucho, y les quitó todo trabajo.

Los hizo bellos, inteligentes,
escépticos, elegantes, pacientes, astutos, elásticos, agradables al tacto, les dio siete vidas y les regaló la noche.

Se cuenta que un apóstol, oyendo a una gata en celo llamando candidatos, dijo: lástima que no haya superluna rojiza, porque si no hasta yo iría.

A quien mate un gato le espera el tormento; a quien los cuide, le será posible clamar por clemencia; que puede que le sea otorgada por el tigre del cielo. Al que, todos sabemos, le encantan los monos. Algunas veces, cuando no hay nada que le guste más.

Así que amiguit@s, al gato debemos sumisión y respeto.

Si llega el llameante ocaso de un viernes y vienes cobrando tu salario el próximo miércoles, y tienes la nevera solo con agua, que no se te ocurra aparecerte en tu casa sin comida para tus gatos.

Si tienes solo para los pasajes del transporte público hasta el miércoles, eso es intrascendente.

El crédito es la base de la confianza sobre la que se afianza el progreso de nuestra sociedad.

Si el tigre del cielo no lo hubiera querido, los bancos jamás te hubieran emitido tus bellas tarjetas de crédito.

Es más, para que veas que le caes bien, hasta te puedes comprar una botella de algo que te ayude a ser un poco menos infeliz por un rato. Por lo menos frente a tus gatos.

Eso si. Cigarrillos no. Hay que ahorrar. El precio del crudo está muy bajo; además el humo molesta a tus gatos.

Sabes que hay que comportarse bien y seguir las escrituras.

Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 27/Nov/2016

Random

Random

Sueño nubes grises
Al final de un desierto
Es la lluvia un deseo
Pero la arena el destino

Rodeado de infinitos
Mi intelecto ansía una receta
Alguna ideología
Una muleta

En el reino del alacrán
Picar es automático
Medrar es el ideal
Bajo una fresca piedra

No termina el desierto
Continúa en la montaña
Que apunta al cielo
Y luego el mar

Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 27/Nov/2016

Astronomy

Astronomy
Rompe la luna
La negritud nocturna
El cielo gira

Constelaciones
Alejados eones
Y otros mundos

Húmeda aún
Ceniza de estrellas
Que las puede ver

Quedo dormido
Alabando de la luz
Su tenacidad
Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 24/Nov/2016

La secta que espera

La secta que espera
Si las nubes ocultan la luna
Ellos esperan a que resurja
Si está límpida esperan
Una nubecilla pasajera

A la noche la ansían
Cuando el alba arranca
Y se trasnochan
Esperando el día

A la muerte la esperan
Cada instante de su vida
Y más allá de ella esperan
Premio castigo y justicia

Les veo sus caras vacías
Su estupidez absurda
Acumulando cosas
Atesorando basura

Grasa de animales
En sus altares
Grasa de animales
En sus barrigas

Felices en su rutina
Nadando en la mentira
Esperan milagros falsos
Las reses que les sirven

Son otros los lugares que buscan
Cualquier otro planeta menos
El que desafortunadamente
Habitan clamando justicia

La secta que espera
Reclama la tierra entera
Es su destino manifiesto
Apoderarse de ella

Con cada imperio avanza
La maldad refinada elegancia
Diseña las frías maquinas
Que los reemplazarán

Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 12/nov/2016

La gente de arena

La gente de arena

La única tribu que vive siempre en el mar de arena occidental se hace llamar T’xhi Z’thu. Que, explican pacientemente a los extranjeros, significa «la gente de arena».

Los yacimientos de sal y los depósitos de guano indican que habitan el fondo de un mar que murió.

Es posible aún encontrar, sobresaliendo de la arena, las osamentas de los monstruos que lo nadaron.

Frecuentado por los remolinos de viento y las tormentas, su arena en verano reverbera, y en invierno es presa de una dura costra de hielo.

Los dromedarios salvajes, el gris león, la temible serpiente que se alimenta del inofensivo ratón, pero que se defiende de la gente con un veneno que enceguece, son otros de los habitantes permanentes de su océano de arena.

El camino de mi vida lo cruza en varias partes, han durado más de dos meses varias de mis travesías en él.

Los pájaros del mar tienen sus nidos en las rocas de la costa, los T’xhi Z’thu mueven sus tiendas dependiendo de la estación, pero siempre en su mar de arena.

Son buenos guerreros cuando se sienten a gusto en algún ejército, pero la mayoría siempre regresa a su arena. Muy pocas veces alguien de esa tribu ha llegado al grado de general.

No cultivan. Cazan, crían y comercian.

Su comercio con los demás pueblos es de sal, guano, pieles y dromedarios.

Realmente necesitan muy poco de los otros pueblos, aunque son avaros con el metal y la madera.

Su ley aborrece el alcohol pero les encanta por igual a hombres y mujeres; al igual que la miel, para la que no tienen palabra en su idioma.

Su dios habita en su monte más alto, que está en el sur de su desierto, lo llaman «el dueño del cielo»; durante algunas tormentas de nieve y de arena he clamado por su clemencia, durante algunas noches he visto su esplendor, y he sacrificado en su honor varias veces, agradeciéndole algún favor o solicitándoselo.

Pagan fortunas en sal para acumular, durante toda su vida, la más aromática madera que se usará en su pira funeraria.

Es obligación del más querido amor del fallecido mezclar sus cenizas con la arena de su amplio país.

Imaginan al infierno como una inmensa cárcel, donde nadie se puede subir en su dromedario a ir a acampar a donde le de la gana, el tiempo que sea de su agrado. No tienen ciudades.

Un rígido matriarcado los gobierna, pero es amplia su tierra, y habiendo tanto espacio donde acampar, si alguien acampa cerca de alguien, es porque está dispuesto a ser gobernado por este, o al menos a tenerle paciencia.

El matrimonio para la gente de arena es muy poco ceremonioso. Si alguien se encadena a ti y te entrega un escarabajo, y tú no lo rechazas. Estás casado.

Es posible estar casado con varias personas a la vez, algunas veces en secreto.

No le dan importancia a la comida, porque están acostumbrados a satisfacer su hambre con lo que encuentran. Desde escarabajos hasta serpientes. Adoran unos pequeños melones que abundan en su desierto los veranos.

Comercio sal con ellos varias veces al año, algunas veces me he quedado varios meses en su tierra y han acampado cerca de mi tienda varias familias con las que mezclado mi sangre, pero nada es permanente con ellos y siempre encuentran alguna justificación para alejarse.

De todos mis amores al único que siempre necesito tener siempre cerca, es a la madre de tres de mis hijos. Ella es del pueblo de arena.

Acostumbro acampar durante el verano en un bello valle del monte donde vive el dios de la gente de arena, para ella es la mejor parte del año; cuando se acerca el verano sus ojos brillan más que las estrellas que titilan frías en la esfera celeste allá, y es la primera que se sube a su dromedario el día partimos a nuestro sitio favorito.

Ahora mismo está encadenada a una barra de acero clavada en el centro de mi tienda.

Me ha suplicado que le de muerte. Me dice varias veces al día que la prefiere a mi compañía.

Su cadena es larga y alcanza hasta afuera, pero no ha salido de la tienda en varios meses, si no brevemente a asearse y a hacer sus necesidades.

Me preocupa que le incomode mi presencia, menos mal que se acerca el verano y pronto partiremos hacia nuestro valle, allá nos conocimos, allá ella se encadenó a mí.

Estoy casi seguro de que ella no se negará a mezclar mis cenizas con la arena de su áspero país.

Conservaré siempre el escarabajo que me regaló ella hace más de veinte años, ya murió, lo alimenté con boñiga de dromedario mucho tiempo, no he querido incinerarlo, lo guardo en un cofre hecho con la mejor madera.

Pero nunca se lo he dicho. Yo soy de la gente del mar de tierra fértil, y mis costumbres le pueden parecer extrañas.

Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 20/Nov/2016

La hora roja

La hora roja

Las aves del mar
Regresan a sus nidos
Recojo mi red

Instante rojo
Después del final del mar
Muere otro sol

Trato de pescar
Su último estertor
Inatrapable

Lienzos de seda
Roja tinta de sangre
Son necesarios

 

Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 20/Nov/2016

Una aventura tropical

Una aventura tropical

 

los zancudos más grandes que he visto en mi ya larga vida esperaban a que me durmiera, tenían sed, pero eran pacientes y estaban ya cansados de la rutinaria sangre de vaca.

Podía imaginarlos posados en las ramas de los árboles, asechándome pacientes en la oscuridad.

Una superluna brillaba al suroeste indiferente a los asuntos del planeta.

De vez en cuando algún ruido extraño me sacaba de mis cavilaciones, estaba asustado.

Un policía me buscaba, pero no quería verme nunca más. Había robado, una vieja costumbre y un instinto básico me habían llevado a esa mala acción.

Había perdido el último autobús para Caracas y tendría que esperar el primero del siguiente día, que salia a las cuatro de la mañana.

El problema era que tenía el dinero justo para el pasaje.

Una noche caminando en una ciudad del interior de Venezuela, no es un problema tan grave, me había dicho tratando de animarme, cada vez que mis tripas habían protestado impacientes por comida, durante toda la noche.

Había dado vueltas por una plaza con iglesia, hasta que me conseguí una banca de lo más cómoda y sin mucho preámbulo había caído dormido como gato aburrido.

Estaba soñando con torta de mango cuando un policía me invitó amablemente a desalojar la plaza y me ofreció un calabozo de la comisaría como alternativa.

Noté que no le tenía mucho aprecio a los vagos caraqueños, así que preferí no averiguar la comodidad de los calabozos del lugar.

Despabilado, como chófer de autobús drogado, renuncié a toda esperanza de conseguir albergue y comida con la policía.

Una vocesita imbécil y optimista me dijo — te quedan los bomberos, en los hospitales siempre hay colillas y comida.

No le quise preguntar direcciones al policía, y doblé en la más cercana esquina con la idea de perderme de su vista.

A eso de las once pasé por una estación de bomberos que estaba más cerrada y dormida que una ostra congelada, no hacia demasiado frío, pero yo soy un negrito tropical del tercer mundo que está acostumbrado a estar arropado y con la barriguita caliente todos los días antes de la media noche.

El ruido de una ambulancia me alegró y la seguí con la vista por el otro canal de la avenida más de quince calles en dirección a la autopista por la que había llegado de Caracas.

Preferí no cambiar la dirección de mis pasos, anhelaba encontrar un bar repleto de fumadores amigables que le quisieran invitar un trago a alguien sin disponibilidad de efectivo momentáneamente, y por que no? Quizá hasta comida me pudieran ofrecer.

!Bar tropical! gritaba en neón un anuncio que me haló cien metros durante menos de veinte segundos, sin correr. Solo caminando. Tenía en esos tiempos menos de treinta y aun era delgado.

Ni una sola colilla en la entrada, el desgraciado que barría seguramente se las fumaba antes de barrerlas y botarlas a la basura.

«Se reserva el derecho de admisión» advertía con mal agüero un cartel, el portero no contestó mi amable saludo, pero me dejó entrar al sitio más glacial por el que paseado este cuerpo, que será incinerado según instrucciones precisas que he dejado, con la intención de no hacerle la vida fácil a ningún gusano.

Adentro del bar estaban el típico ganadero con la típica jovencita ilusionada por su gran camioneta. El típico diputado o concejal, las típicas putas los típicos hijitos de papá galaneándolas, y los típicos nativos bebiendo de a sorbitos para no tomarse demasiado rápido los pocos tragos que se podían costear. Como es típico los dueños se habían devuelto para Europa hacía años.

Un gran cartelón en tono amenazante, con la imagen de unos pulmones negros y secos como grandes pasas, prohibía fumar en el lugar y sus alrededores.

El típico empleado de seguridad del bar, con su típica cara de policía botado con deshonor, me sacó el estado de cuenta de todas las tarjetas de un solo vistazo y se ubicó a tres pasos a mis espaldas.

No me quedó otra alternativa que buscar el baño, pero estaba cerrado, y yo sabia que tendría que pedirle la llave al mesonero, que amablemente me preguntaría en que mesa estaba y luego me explicaría que las reglas de la gerencia lo obligaban a prestársela solo a los clientes.

Parece mentira, pero cada vez hay más acomplejados que son incapaces de encontrarse un trabajo decente, en vez de tener que mal ganarse la vida haciendo cumplir leyes que no ha aprobado ninguna asamblea de diputados.

Me dirigí hacia la salida, podía sentir los pasos del ex-policía detrás de mí, pero no quise mirar hacia atrás para no darle oportunidad de demostrarme que ganaba más dinero que yo, que en esa época aún era ingeniero.

Afuera me esperaba el policía de la plaza que había estado esperando a que cometiera la menor infracción de las reglas del establecimiento para aplicarme algún castigo ejemplarizante del código penal destinado a castigar las infracciones a las leyes legales. No le di la oportunidad de ganarse alguna cerveza con la dirección de la empresa, y entendí, sin que me lo dijera, que creía que le estorbaba y que afeaba su ciudad.

Cuatro cuadras después se me acabó el estúpido pueblo y una carretera semirural me atrajo a la oscuridad de una nocturna aventura tropical.

–El generoso árbol de mango en esta tierra frutece y florea simultáneamente, da dos cosechas al año, y la gente del interior prefiere las manzanas– me dijo un botánico poeta que habita en mi interior; pero comparte habitación con un veterano ladrón de mangos que le recordó los sustos que pasó de niño con los perros y los encargados de las fincas, que preferían que se pudrieran los mangos en el suelo, en vez de dejar que un niño obtuviera las necesarias vitaminas trepado en el árbol.

Me dio la caminadera y 500 metros más adelante, como a la una y media, vi un cartelito en el poste de una muy bien cuidada cerca que decía «mangoes» y luego otro que decía «welcome to mangoland farm», el corazón del niño ladrón y el del botánico se aceleraron en sincronía con el mío viendo interminables hileras de los bajitos árboles de manga colorada injertada de exportación.

Un hacker como yo no iba a caer en la trampa de una estúpida cerca eléctrica, de todos modos en todos los postes habían cartelitos que decían «high voltage».

Estaba buscando algo metálico con que hacer un corto, cuando vi el tramo roto. El tronco de una ceiba aún estaba sobre la cerca.

Crucé con los ojos apretados esperando el relámpago de alguna arma láser, o la explosión de una mina, pero nada se interponía entre nosotros tres y nuestra fruta favorita.

El encuentro fue como de recién casados después de un largo día de trabajo. Estábamos cansados, con hambre y sentíamos que necesitábamos amor y ya que teníamos con quien practicarlo, no hacia falta mucho preámbulo.

Me quité la camisa e hice una bolsa con ella, y la llené con la fruta que el olor, el tacto, el hambre, la avaricia y la prudencia me indicaron que estaba lista para ser mía.

Me retiré al otro lado de la carretera para saciar uno de mis más básicos instintos. No muy lejos, por si acaso repetía.

Crucé la carretera tres veces, — tenía menos de treinta en esa época– cada vez me demoraba más y hasta me dio por inventar.

Me comí dos grandes mangas sin arrancarlas de la mata, como los loros.

Tenía mi camisa ya llena con las que me llevaría a caracas, donde pensaba donarlas a algún niño pobre, como por ejemplo uno de mis hijos, pero dudaba que me duraran todo el camino.

Estaba como a las tres ya con sueño, cuando vi que pasaba en una patrulla el policía que me tenía inquina a vigilar el hueco de la cerca, seguramente esperanzado en encontrarme con mangos para robármelos y hacer méritos con el dueño de magoland, pero ya yo había conseguido una bolsa en un basurero, tenia escondite, ruta de escape y estaba ocupado con los zancudos.

A las tres y media me rindió el sueño, me desperté a las siete con el mugido de una vaca que me quería robar mis mangas.

Con asombro descubrí que tenía aún toda mi sangre y lo más importante fue que no tenía ni una sola picadura, — que es lo que duele– parece que los zancudos del lugar eran vegetarianos

Busquen en la wikipedia, para que vean que si los hay, les encantan los mangos y aborrecen la sangre, nosotros tres los entendemos y compartimos sus gustos que además nos convienen, por eso pueden contar con todo nuestro apoyo moral y hasta político, si lo llegan a solicitar formalmente con un contrato mutuamente beneficioso.

Durante mi regreso, los trabajadores de mangoland, el policía, los transnochados empleados del bar tropical y mis compañeros de viaje vieron con envidia y rencor a un vago, que no se había bañado, tenía muy sucia la camisa, pero estaba con cara de feliz, y que cada vez que se aburría, se comía un mango.

A todas éstas, ?por que que había ido a esa ciudad? De verdad que no me acuerdo, principalmente creo que debido a un excedente de tiempo libre y de un poco de dinero.

Una ex compañera de trabajo había publicado una oferta de un empleo que me interesaba y que parecía ser el siguiente paso en mi carrera profesional, y también habíamos tenido algunos acercamientos sexo-afectivos cuando trabajábamos en la misma empresa.

Ella me había conseguido la entrevista con la reclutadora, todo había ido muy bien y quizá podría regresar a la ciudad a trabajar en el organismo que se encarga de cobrar los impuestos.

Me encantó la idea de mi regreso triunfal y durante casi un mes fantaseé con mi entrada gloriosa al bar tropical, donde sería recibido con temor, respeto y admiración a establecer acuerdos mutuamente convenientes con la dirección, para luego ser despedido amigablemente y cariño por todos los aduladores que creo que aún trabajan en ese lugar, aunque ya la mayoría se debería haber jubilado.

No me dieron el trabajo, se lo regalaron a un hijo del dueño del bar tropical, pero mi amiga me invitó varias veces a visitarla. Nuestros acercamientos ya tenían incluso intenciones reproductivas.

Durante las siguientes tres cosechas de mangos evalué la posibilidad, pero no tuve el excedente de tiempo y dinero necesarios.

Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 19/Nov/2016

Reclamo de humano en celo

Reclamo de humano en celo
Mimetizada como corteza de árbol
Una mariposa posada en la pared
Atrás de la cabecera de mi cama
Hace chasquidos llamando pareja

Gira el planeta jornadas laborales
Pasan los años ineficaces trabajos
Yo me disfrazo de empleado
Me pongo la gorra de la empresa

Sueñan las mariposas?
Piensan?
Sueño pero casi nunca los recuerdo
Pienso lo mismo de siempre

Soy monótono y monotemático
Vaya a ti mi reclamo de humano en celo
A través del homogéneo universo
Repleto de estrellas que envejecen y mueren

Desde este planeta azul y verde
Que antes fue fuego
Pero que siempre reverdece
Donde amanece y anochece continuamente

Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 19/Nov/2016

R3d1n@l@mbr1c@


R3d1n@l@mbr1c@

 

Con la humilde resignación de un gato acostumbrado a soportar la absurda y pedante estupidez de la gente, me veía obligado a leer que yo no vi nada, ni estaba cerca, ni enterado de antes, ni mucho menos en la litera de un crucero noruego paseando por el mediterráneo. Y que paso ahora a narrar los hechos que vi, tal como ocurrieron.

Rita Manriquez McCluste, la mujer que es mi compañera de vida hace tres años, y yo, desembarcamos como a las diez y media; habíamos desayunado en el buque.

Las cuatro comidas diarias y las tres meriendas, además del bufet siempre abierto, venían incluidas en el paquete que compramos, nos pareció un despilfarro de dinero no aprovechar el desayuno que ya teníamos pagado, y gastar dinero desayunando en el puerto, en como sea que se llame el pobre país en que aún estábamos.

En dos semanas habíamos bajado como a quince paisitos caribeños que son indistinguibles los unos de los otros; bajábamos siempre después de las diez, y subíamos a almorzar a medio día, todavía no habíamos creído interesante volver a bajar a ninguno.

En fin, ya nos habíamos tomado la foto y no nos habían robado la cámara. Ya habíamos comprado alguna artesanía típica del lugar. Ya le habíamos dado oportunidad de robarnos a los policías, atracadores, aduaneros, vendedores de droga y mendigos del país, y nos dirigíamos al buque a asearnos antes del almuerzo, cuando el tipo más gordo y negro que he visto en toda la vida, nos señaló con su bastón como de general y le hizo señas a un policía que lo acompañaba.

El policía sin decirnos nada, me esposó a las espaldas, y me trajo a empujones hasta aquí, me vaciaron los bolsillos, me quitaron todo y nos separaron.

Lo que me impresionó más fue que las condecoraciones le cubrían todo su pecho y parte de la barriga, mientras que el policía sólo tenía la gorra, pero vestía de civil.

Supongo que Rita está cerca, –rezaba la confesión– ella tiene un tratamiento médico muy estricto y debe tomar nueve pastillas diarias. Un primo de ella es ayudante de un senador, y varios amigos trabajan en el gobierno federal, conocemos nuestros derechos y exigimos hablar con la embajada.

Leía la transcripción sobre todo para comprobar el buen funcionamiento del programa de reconocimiento de voz y de traducción, estaba muy satisfecho con la exactitud, pero no contento, porque no me imaginaba que irían a hacer ahora los trabajadores civiles de la policía para dar la impresión de que estaban trabajando.

La grabación, transcripción traducción, certificación e impresión de una confesión duraban antes por lo menos un mes, pero con las computadoras se había automatizado la estupidez de los trámites burocráticos y como no podían jugar, ni acceder a la wwweb, no les quedaba otra cosa que hacer, si no mirar como idiotas aburridos las pantallas y mover el ratón cuando el salvador de pantallas se despertaba.

Varios mosquitos merendaban de a sorbito en sorbito en mis piernas, tenía bermudas, a mi mujer le parecía muy apropiada mi vestimenta para nuestras vacaciones caribeñas.

Ella se ocupa de mi apariencia y hace lo que puede para que luzca sano, elegante y contento. A ella le gusto solamente cuando estoy así.

Un ventilador con la cesta oxidada apuntaba a una maraña de cables y empujaba el hedor y hastío de la gente hacia un enrutador cuyas luces titilaban con el entusiasmo indiferente de las estrellas que me había acostumbrado a ver desde mi silla en la cubierta, mientras esperaba a que me diera sueño, durante esas dos semanas de aburrimiento caribeño.

El policía de civil me dijo que firmara mi confesión para transmitirla a la capital, y luego encogiendo los hombros me dijo que no había conexión y que la iba a mandar con un mensajero el día hábil siguiente, porque estaban en la semana de celebración del cumpleaños del líder de la patria.

Luego, como si se le acabara de ocurrir la idea, me señaló mi condecoración de jubilación; Rita la había clavado esa mañana en mi guayabera. Básicamente son las dos letras iniciales de los apellidos de los fundadores y un 25, todo enchapado en buen oro pulido con esmero.

Sonriendo luego me señaló el enrutador, que tenía también esas iniciales estampadas en aluminio desgastado por salitre.

–Claro que si usted lo logra arreglar, en cinco minutos estaría todo listo –me dijo con cara de burócrata sádico y se sentó a mirar su pantalla.

El modelo del enrutador inalámbrico no era tan viejo, con asco lo levanté, tratando de no untarme con el chicle de salitre de la goma derretida de los cables, tratando de encontrar el botón para inicializarlo de nuevo como vino configurado de la fabrica, pero debajo encontré un papelito que gritaba: !R3d1nalambr1c@! Y unas direcciones de red.

Fingiendo una calma que solo lograría la próxima vez que viera nevar al frente de un calefón con una copa de champaña en las manos, me dirigí al escritorio del policía de civil y le configuré la conexión de red a su equipo, que también tenía estampadas las mismas dos letras, pero que tenía sobre ellas la foto de un gordo bebé, al lado de estampa de una virgen de alguna de las religiones típicas de la región.

Le pasé el papel y su rostro resplandeció, se levantó como iluminado por un ideal humanitario y recorrió el lugar configurando las máquinas del recinto, y señalándome cada vez que un burócrata se unía al coro de sonrientes internautas, haciendo que el vapor del lugar fuera un poco mas respirable por la felicidad.

La cúspide de la felicidad la alcanzaron cuando el gordo general enseñó sus blanquísimos caninos, luego todo se interrumpió a las doce en punto con la ceremonia del almuerzo en grupo; a mi me pusieron un poco de las luncheras de los demás y el general amablemente insistió en que me comiera un pedacito de su pollo guisado que me ardió dos días
a su paso por todo mi tracto digestivo, con especies más calientes que lava ardiente.

Lo que más me gustó fue la sopa de sardinas, me enseñaron como hacerla, he tratado, pero las raíces, y especies son difíciles de conseguir donde vivimos, y la leche de coco es muy laboriosa. Es la única razón por la volvería.

Rita llegó tarde como siempre a equilibrar el comportamiento de la gente, que debe ser elegante y discreto en todo momento, para que ella encuentre paz en este planeta que no siempre, para su desgracia (del planeta) le hace caso.

Se le había acabado el efectivo, y el vendedor de máscaras vudú de plástico no aceptaba ninguna de sus tarjetas. Venía escoltada por una linda policía que luego descubrí que era hija del general.

Alabé con innecesaria estupidez el pollo del general y este, levantando el teléfono, ordenó una inspección y cuarentena sanitaria del crucero, para darnos tiempo a ir a verlos en su granja.

Con asombro y cierta sensación de haber sido timado noté que el policía de civil, cuando se despidió no llevaba su gorra de policía, si no la gorra de una empresa de servicio técnico de la empresa de las dos letras, pero sin rencor lo despedí, prometiendo volver a visitarlos el próximo verano.

Me fue un poco difícil convencer al general de que sabía que sus pollos eran los más sabrosos del mundo sin tener que ir a su granja a verlos, cuando le compré cinco con suficiente alimento que es el origen secreto de su sabor, y le prometí criarlos según sus instrucciones: sin indulgencia y con mucha disciplina.

El prometió enviármelos por courier cuando lo llamara una vez que estuviéramos en casa.

No quisimos mirar por la ventanilla cuando nos alejamos del dichoso país, el capitán de la nave la sacó del puerto muy lento, y muy lento se adentró en el caribe bordeando la costa, no desafiándolo, si no como con miedo de darle la espalda demasiado pronto.

Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 19/Nov/2016

Gotas de tiempo


Gotas de tiempo

Leve la brisa
Ondea en la yerba
Gotas del día

Fluye sereno
Pero indetenible
El fugaz tiempo

Que siempre está
Un instante más allá
De donde estoy

Sé que debo ser
Porque como la yerba
Con él me muevo

Para Elia y Edgar
Li Tao Po
VABM 19/Nov/2016